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Los errores que cometo: cómo pasé de castigarme a hacerme responsable

Todos cometemos errores. Algunos pequeños, otros grandes. Algunos duelen por un rato, y otros se nos quedan grabados como cicatrices… o incluso como traumas.


Esta semana, por ejemplo, me corté cocinando. Y justo después me insulté: "¡Qué torpe!". Una vez más, volví a ser juez y parte de mis propios errores.


En este texto quiero contarte cómo he aprendido —y sigo aprendiendo— a mirar mis errores desde otro lugar. No para justificarme, sino para comprenderme mejor. Para trabajar en mí desde una posición más amable y consciente.


Algunos errores traen risa

Tantas veces me ha pasado enviar un correo sin los archivos adjuntos, que en mi antiguo trabajo llegaron a hacer un meme de mí.


Y es que no todos los errores terminan mal. Algunos se convierten en anécdotas, en risas compartidas, en puentes hacia otras personas o en lecciones inesperadas.


Pero también están los otros errores. Los que duelen más. Los que marcan.


Los errores que dejan huella


Hay errores que se repiten: decir mentiras para obtener una ventaja, pasarse de copas, tomar decisiones impulsivas.


Errores que no solo afectan lo que hacemos, sino también la forma en la que nos pensamos. La imagen que tenemos de nosotros mismos.


Esos errores muchas veces traen consigo emociones difíciles: ansiedad, vergüenza, miedo, enojo… incluso asco hacia uno mismo.Y detrás de todo eso, suele esconderse una emoción poderosa y silenciosa: la culpa.


Cuando aparece la culpa

La culpa es esa voz interna que no solo señala el error, sino que lo agranda y lo repite. Es una emoción que nos atrapa en el pasado, que nos exige sin compasión y que muchas veces impide avanzar.


Lo complejo de la culpa es que no se presenta de forma directa. A veces se disfraza de autoexigencia, de necesidad de controlar, de perfeccionismo. Pero en el fondo, lo que hay es miedo: miedo a fallar, a decepcionar, a no ser suficientes.


Una historia personal

Recuerdo una vez que envié un informe con una versión desactualizada. Durante la presentación, las cifras no coincidían con las de los demás. Mi reacción inmediata fue buscar excusas… y después, culparme duramente.


Pero lo difícil no fue el error en sí, sino aceptar que podía fallar incluso cuando me había esforzado.


En esa oportunidad, mi jefe me dijo algo que me marcó:

“Los errores siempre tienen un costo: tiempo o dinero. Asúmelo y resuélvelo. De nada sirve que te llenes de culpa si no haces algo para corregirlo.”

De la culpa a la responsabilidad

Planta en estilo minimalista para evocar un renacer

Esa frase me ayudó a entender algo esencial: la culpa puede transformarse en responsabilidad.


Y no hablo de esa responsabilidad que pesa como una carga. Hablo de una forma activa de mirar lo que pasó, de asumirlo y de usarlo para crecer. Porque asumir la responsabilidad no siempre implica pedir perdón o reparar algo.


A veces es simplemente detenerse, mirar lo ocurrido y decidir hacerlo diferente la próxima vez. No desde la culpa, sino desde la conciencia.


Un ejercicio para transformar la culpa

Uno de los ejercicios que más me ha ayudado a transformar la culpa en responsabilidad consciente consiste en hacerme estas cuatro preguntas:


  1. ¿Cuál fue el costo real? (tiempo, energía, dinero, confianza, relaciones…)

  2. ¿Qué aprendí de ese costo?

  3. ¿Qué puedo hacer puntualmente para recuperar lo perdido?

  4. ¿Qué estrategia puedo aplicar para que no vuelva a ocurrir de la misma forma?


No se trata de buscar culpables ni castigos. Se trata de avanzar desde un lugar más lúcido y compasivo.


Compartir el error como forma de sanar

Con el tiempo descubrí que otra forma de afrontar mis errores era compartirlos. Porque cuando lo hacía, aparecían personas que no me juzgaban, sino que se sentían identificadas. Surgían historias similares, consejos útiles, empatía genuina.


Integrar mis errores fue comenzar a verlos como parte de mi historia, no como una sombra que debía esconder.Y ese cambio lo transformó todo.


Calmarte: un espacio para escucharte sin juicio

Entre muchas razones, y junto a Samantha, entendimos que muchas veces no hay espacios donde podamos compartir nuestra vida, nuestras emociones, nuestros errores.


Por eso creamos Calmarte ✨ Un espacio de conexión y terapia grupal presencial en Barcelona. Donde trabajamos precisamente eso: escucharte sin juicio, comprender tus emociones y transformar la culpa en claridad.


Nos reunimos cada semana y estás cordialmente invitado/a.


📲 Si quieres más información, puedes unirte al grupo de WhatsApp haciendo clic aqui.


Porque equivocarse no es el problema

Porque equivocarse no es el verdadero problema. El problema es quedarnos solos con la culpa.


Y lo más sanador que podemos hacer es elegir caminar con claridad, no con castigo.

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