🏃🏼 Promesas rotas: las mentiras que me digo constantemente
- Gabriel Calderón
- 5 oct
- 4 Min. de lectura
Seguramente te ha pasado lo mismo que a mí: tienes una meta clara como “levantarme más temprano”, “comer menos dulces”, “caminar más” o “dejar de ver tanto TikTok”. Y aunque la motivación es real, se queda ahí, en las ganas de cambiar…
Quieres un cambio, lo sueñas, comienzas con entusiasmo… pero una y otra vez, fracasas.
A mí me ha pasado. Muchas veces. Y hoy quiero contarte por qué y cómo evitar la procastinación y mejorar nuestros hábitos.
La promesa de trotar junto al mar

Desde hace años me repito que quiero salir a trotar por la playa. Vivo en Barcelona, tengo el mar cerca, y en mi cabeza está esta imagen soñada: correr con el sol a un costado, estirar frente a las olas, darme un baño y regresar con esa sensación de plenitud que idealizo.
Y sí, lo he hecho. Al menos una vez. Y fue genial. Entonces me digo: “lo haré cada semana, es justo lo que necesito”. Lo creo de verdad. Pero… no lo hago.
Practico crossfit regularmente. Hago ejercicio. Tengo fuerza, tengo hábitos. Pero esto —salir a correr— es otra cosa. Es una promesa que me repito cada semana: “Esta vez sí.” Y luego aparecen el cansancio, el clima, las ganas de hacer otros planes. La lista de excusas es interminable.
Con el tiempo entendí que esa idea también tiene un valor simbólico. No se trata solo de trotar. Se trata de lo que creo que voy a sentir cuando lo haga. De esa versión idealizada de mí que me acompaña, aunque no siempre se concrete.
Y eso también está bien. A veces necesitamos la promesa, aunque no siempre la cumplamos.
¿Por qué nos cuesta tanto cumplirnos?
He aprendido que no cumplir mis promesas personales no siempre es falta de voluntad, disciplina o hábito. Hay motivos más profundos, más psicológicos, que explican por qué fallamos incluso cuando queremos cumplirnos. Te comparto algunos:
1. Estrés y ansiedad: cuando la mente se siente en peligro
El estrés y la ansiedad nos roban energía sin que lo notemos. Nos cuesta enfocarnos, planificar, tomar decisiones. Y cuando sentimos que algo podría salir mal, evitamos hacerlo. Salir a correr puede parecer un esfuerzo enorme cuando estoy agotado. Mejor reservo esa energía para sobrevivir al día.
Mi mente quiere protegerme del fracaso… y eso también agota.
2. Procrastinación: el escape disfrazado
Procrastinar no es simplemente dejar algo para después. Es una forma de evitar emociones incómodas: miedo, inseguridad, duda. Al evitar la tarea, evitamos sentirnos mal. Y esa evitación, aunque alivie en el momento, se convierte en un ciclo difícil de romper.
También postergo la “sensación del beneficio”. Sé que quiero correr, sé que me sentiré bien cuando lo haga, pero mi cerebro prefiere imaginarlo para más adelante.
3. Exceso de exigencias
Nuestra capacidad de organización, memoria de trabajo y control de impulsos depende de nuestras funciones ejecutivas. Cuando estas fallan (por TDAH, fatiga, burnout o sobrecarga), simplemente no podemos sostener planes, incluso si los deseamos.
Y entonces nos juzgamos: “¿Por qué no soy capaz?” Pero no es incapacidad. Es agotamiento. No estamos diseñados para ser híper productivos todo el tiempo.
4. Autoexigencia: si no es perfecto, no sirve
Nos ponemos metas rígidas, idealizadas. “Voy a escribir todos los días.” “Voy a trotar hasta la playa al amanecer.” Cuando no lo logramos, nos castigamos. Y el castigo mata la motivación. Así, la exigencia se vuelve enemiga de la constancia.
5. Metas desconectadas de nuestros valores
A veces lo que queremos no es realmente nuestro. Es un debería. Una meta que viene de la comparación o del deseo de encajar. Y claro, si no conecta con lo que valoramos de verdad, no tendrá la fuerza suficiente.
¿Quiero correr por mí, o porque es la habilidad que “debería” mejorar para tener más rendimiento?
¿Y entonces? ¿Qué hago con todas estas promesas rotas? Cómo evitar la procrastinación, mejorar los hábitos
No tengo fórmulas mágicas. Pero sí algunas ideas que me han ayudado a comprenderme mejor. Tal vez también te sirvan:
Clarificar mis verdaderos valores
Preguntarme: ¿esto que me prometo, lo deseo de verdad? ¿O solo quiero cumplir una imagen de mí?
Hacerlo más pequeño
En vez de prometer correr 5 km, ¿puedo simplemente trotar 10 minutos cerca de casa?
Diseñar el entorno
Facilitar las cosas. Por ejemplo, si ya voy al gimnasio, ¿puedo trotar una o dos vueltas al terminar?
Reforzar lo que sí hago
Registrar los logros, aunque sean pequeños. Felicitarme. Celebrar sin esperar la perfección.
Aceptar recaídas como parte del camino
No todo lo que empiezo lo termino bien. Y eso está bien. Caer no es fracasar.
Buscar apoyo
Compartir mis metas, hablarlo con alguien, no cargar solo con todo.
Al final del día…
No soy el único que se miente a veces. Todos lo hacemos. Nos contamos historias sobre lo que “vamos a hacer”, aunque no lo hagamos. Y eso también está bien.
Esas historias dicen algo sobre lo que valoramos, sobre lo que deseamos, sobre la dirección a la que queremos ir.
Y a veces, basta con dar un paso pequeño, coherente con ese deseo, para empezar a escribir otra historia. Una más amable. Una más real.
Y si nada de esto funciona, tal vez estoy dedicando demasiada energía a algo que solo quiero mantener como un ideal.
¿Y si nunca llego a trotar por la playa cada semana… qué pasa?
Tal vez no pase nada.
Y eso, también está bien.
¿Y tú?
¿Qué promesas te haces a ti mismo constantemente?
¿Hay alguna que puedas transformar en un paso pequeño esta semana?
Te invito a elegir una. Solo una. Y comenzar.


Me gusta tu honestidad!